La angustia como elemento diagnóstico
Diego Agudelo Córdoba
Arcano sueño, antepasado de mi sonrisa,
el mundo está demacrado
y hay candado pero no llaves,
y hay pavor pero no lágrimas.
¿Qué haré conmigo?
Alejandra Pizarnik
Introducción
El tema que precipita el presente texto es la angustia, ese afecto que las construcciones psíquicas intentan velar para mantener al sujeto conectado y respondiendo a lo que la realidad del día a día exige. Se parte de la conceptualización sobre la angustia propuesta por el psicoanálisis, específicamente el lacaniano, estableciendo así el marco referencial en el que se circunscribe este trabajo.
Para iniciar, se puede formular la angustia como lo más cercano y lo más ajeno al sujeto. Es lo más cercano porque su misma presencia es experimentada como algo pegado al cuerpo, algo de lo cual el sujeto se quiere liberar, se quiere distanciar, siendo esto un propósito que no se logra fácilmente. Se trata de algo frente a lo cual el sujeto no encuentra palabras para ser nombrado, expresiones como “es como una cosa en el pecho”, “como un hueco en el estómago”, es como un “desespero”, son de las pocas palabras que logran ocurrírsele a algunas personas para intentar nombrar la invasión de angustia y que evidencian que el cuerpo está altamente comprometido en ella. Al respecto, se puede considerar que “La angustia del nacimiento, es el prototipo de la angustia”. (Miller, 2007, p.31).
Es así como se plantea que la angustia es lo más cercano al sujeto, pero también lo más inmanejable y desconocido. En el sujeto que padece la angustia, además de la impotencia por no poder controlarla, surge un no saber mucho sobre ella; se escucha también con cierta frecuencia que el paciente desconoce el detonante o alguna situación puntual que explique la presencia de semejante afecto tormentoso.
Es en esta dirección que se propone, al mismo tiempo, como lo más ajeno al sujeto, dado que se trata de algo que escapa a su saber consciente. Otra vertiente que hace de ella algo ajeno, es que está velada por los elementos simbólicos e imaginarios que cada sujeto en su proceso de estructuración psíquica construye, y que constituyen la realidad de cada uno. En este orden de ideas, se señala que la realidad de cada quien se establece a partir de la conjunción de lo simbólico y lo imaginario, dos de los registros constitutivos del psiquismo humano en la teoría lacaniana, permitiendo una enajenación del sujeto frente a su propia esencia, y lo ubica en el escenario del relacionamiento y la conexión a lo que depara su vida cotidiana en la relación con el Otro.
Lo simbólico hace referencia a la inclusión de cada sujeto en la lógica discursiva y, con ello, en los referentes sociales y culturales que lo anteceden y en los que queda inscrito como un sujeto de sentido y significaciones: “En el momento mismo en que aprendemos a hablar, hacemos la experiencia de algo que vive de otro modo que lo vivo, que es el lenguaje y sus significaciones”. (Laurent, 2005, p.45).
Gracias a ello se posibilita que del potencial neurológico emerjan procesos de desarrollo cognitivo que viabilicen la inclusión de cada niño en la lógica de lo planteado en la psicología evolutiva y pueda responder a los estándares de normalidad establecidos en las diferentes áreas. Lo simbólico permite un orden y es definido por Lacan (2008) como “…más que una ley solamente, es también una acumulación, y además numerada. Es un ordenamiento” (p.269).
Con relación al otro registro, el imaginario, se define aquel componente psíquico mediante el cual se constituye en el sujeto una imagen de sí mismo y la lógica a partir de la que se establece la vinculación a los semejantes y al propio yo, pudiendo así alejarlo de la angustia. “El campo especular es el campo donde el sujeto está más asegurado en cuanto a la angustia” (Miller, 2007, p.25), originado en el estadio del espejo, del que Lacan plantea que:
…el reconocimiento por parte del sujeto de su imagen en el espejo es un fenómeno doblemente significativo para el análisis de ese estadio: el fenómeno aparece después de los seis meses y su estudio en ese momento revela en forma demostrativa las tendencias que constituyen entonces la realidad del sujeto: debido precisamente a esa realidad; de su valor afectivo, ilusorio como la imagen, y de su estructura, reflejo, como ella, de la forma humana. (1977, p.78)
Se trata de un yo establecido como lugar del desconocimiento. Desde sus bases se establece sobre una imagen (la del cuerpo completo), que no se corresponde con la incoordinación motriz producto de la inmadurez neurológica. Por esta razón, desde esta orientación teórica no se trabaja con énfasis en el yo.
A partir de estas dos dimensiones del psiquismo, simbólico e imaginario, se produce la conexión con la realidad, alejando al sujeto de lo más propio, de su propia verdad que se mantiene velada por medio de la activación de los mecanismos de defensa.
Esta referencia general a la conceptualización del psiquismo desde el psicoanálisis lacaniano, se considera teniendo en cuenta el tema que nos convoca: la angustia como elemento diagnóstico.
Sobre el diagnóstico
Desde el paradigma científico se realizan los diagnósticos referidos a la condición mental con base en la relación del sujeto con aspectos de la realidad, es decir, su funcionamiento a partir de lo simbólico y lo imaginario, diríamos desde la perspectiva teórica que sustenta este texto.
De esta manera, de un lado, la ciencia realiza el diagnóstico de las condiciones mentales a partir del establecimiento de una clasificación de enfermedades y trastornos, formalizada actualmente en los manuales DSMV (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, versión V) y el CIE11 (Clasificación Internacional de las Enfermedades, versión 11). Por otro lado, el del psicoanálisis lacaniano, si bien existe un interés por la relación del sujeto con la realidad, no es el centro de atención o focalización de su trabajo, en tanto se considera que esta respuesta del sujeto a la realidad es un síntoma o una elaboración inconsciente que está soportada en elementos psíquicos que son ajenos al sujeto y le hacen sufrir, siendo esto último lo que constituye el interés del psicoanalista.
Consecuente con lo anterior, se concibe al niño como un sujeto que responde psíquicamente a lo que le implica el encuentro con la vida y todo lo que de ella le antecede en el lugar del Otro (figuras parentales). Mediante esta respuesta define una estructura que será la que conducirá su manera de habitar el mundo. Se trata de tres estructuras clínicas posibles: neurosis, psicosis y perversión. Una de ellas se establece como posición para cada sujeto, en la cual lo simbólico, lo real y lo imaginario operan en una lógica que es la que se identifica en el proceso analítico, para lograr saber algo del porqué de la forma como cada sujeto se ubica ante el mundo, en lo que le vincula a la vida y también en lo que le hace sufrir.
Toda la construcción teórica de Lacan se consolida en su teoría de los registros situados en la topología del nudo borromeo, comprendiendo este como un enlace de tres aros donde al separar uno, se sueltan los otros dos. De esta manera, Lacan estudia y formaliza en su teoría el funcionamiento de los tres registros en cada una de las estructuras.
La angustia y el diagnóstico
Previamente, en la introducción, se mencionó que lo simbólico y lo imaginario constituían la realidad del sujeto. En un párrafo precedente a este, se plantea que en el psiquismo humano existe otra dimensión, una que no atañe a la realidad del sujeto, se trata de aquello llamado por Lacan, lo real. Consiste en un componente del psiquismo que está por fuera de todo sentido y significación, allí emerge la pulsión, aquella tendencia que sustrae al humano del orden animal que es predecible y por ello natural, para incluirlo en el orden de la cultura que es desnaturalizado e impredecible; de allí, que en la condición humana no sea viable garantizar o establecer fórmulas o reglas para, por ejemplo, lograr que un hijo se eduque de acuerdo con unos ideales.
El proceso de humanización de la cría del hombre implica, de esta manera, la exclusión en él de un orden natural e incluye la presencia del sufrimiento y las desviaciones con relación a lo preestablecido en los integrantes de otras especies. Esto es nombrado por Freud como pulsión y definida como aquello que está en el límite existente entre lo psíquico y lo somático (1915). La pulsión no proviene de afuera, es algo que emerge del mismo organismo, opera como una “fuerza constante” (p.114) que no cesa de satisfacerse y de la cual el sujeto no se puede separar.
Freud conceptualiza así aquella tendencia que, si bien puede conducir al sujeto a lo que le hace bien –pulsión de vida, eros–, también le puede conducir a lo peor –pulsión de muerte, thanatos–. De esto parte Lacan para construir su concepto de goce y la dimensión de lo real. El goce es “una instancia negativa […] es lo que no sirve para nada.” (Lacan, 1975, p. 111).
En articulación con lo anterior, se retoma a Freud en 1925 cuando describe la angustia como un afecto emergente de lo pulsional, concluyendo en ese momento que no es efecto de la represión, sino causa de la misma. Así mismo, plantea que ante ella el sujeto puede responder mediante un mecanismo de defensa como la inhibición o permitiendo la emergencia pura del afecto, momento en el cual el yo no logra contrarrestarla y el sujeto es invadido por ella en la dimensión corporal. Se trata entonces de una manifestación fisiológica que Freud considera como una señal.
Es esta dirección, Lacan la ubica en el registro de lo Real, y la piensa en relación con el deseo del Otro, es decir, la ubica como señal de la pregunta del sujeto frente al lugar que ocupa en ese Otro, en la dirección del amor o del desamor: “…el amor por definición es re-instituyente, e instituyente del sujeto” (Soler, 2001, p.104). Lacan (2010) plantea, en esta secuencia de ideas, que aquello por lo que el sujeto padece la angustia es el deseo del Otro.
En el sujeto neurótico, en quien los tres registros están anudados, se encuentra como efecto de dicho anudamiento una construcción fantasmática, una manera propia de leer y responder a la realidad. El fantasma tiene relación con aquello que Freud denominó fantasías inconscientes. Miller (2012), siguiendo a Lacan en su enseñanza, define el fantasma como una unidad entre lo simbólico y lo real, constituida por elementos imaginarios; el fantasma, dice, es “como un nudo, pero como una unidad divisible: hay unidad porque hay solidaridad entre el efecto sentido y el producto de goce, que hace a la estructura misma del fantasma. […] el fantasma se vuelve la morada electiva de la Cosa, la morada electiva del goce, encerrado, soportado por una frase con su cortejo de imágenes” (p. 161)
Esta construcción vela la angustia y, cuando el velo cae, emerge lo real, lo más propio del sujeto representado por este afecto, dejándolo sin recursos para responder a este encuentro, de allí que Soler plantee que: “La angustia es un momento de destitución subjetiva” (Soler, 2001, p. 104); consiste en una “señal que permite el pasaje de la realidad a lo real y es correlativa de la desaparición del significante” (Miller, 2007, p.11). Esto quiere decir que el sujeto cae preso en la angustia, y su interés por lo que le ha motivado en la vida, en ese momento pierde valor.
En este momento, el sujeto se encuentra de frente con lo más propio, pero extraño y mortificante: “Lo real existe para cada sujeto como lo que viene a oponerse a él, como su pareja” (Laurent, 2005, p. 48). En ese instante de la vida los recursos simbólicos e imaginarios no le alcanzan al sujeto para contrarrestar la angustia, que como real se impone a lo imaginario y deja por fuera a lo simbólico; de allí que el cuerpo, como imaginario, sea el escenario de eclosión de la angustia y que no hayan palabras que logren decir algo al respecto y, en consecuencia, no se halle la estabilización.
Una viñeta clínica
José tiene 20 años, hace un mes presentó un episodio caracterizado por una intensa sensación de miedo y una fuerte taquicardia. Fue diagnosticado con ataque de pánico y con estrés postraumático.
Hace tres meses murió su tío, a quien conoció hace 4 años y hacía 20 años vivía en otro país. Fue una persona muy importante para José desde que lo conoció. El paciente consulta al psicoanalista, ya que sigue presentando un miedo constante y una sensación de “desgarro en el pecho”, además de que la taquicardia no desaparece. Los médicos le dicen que las pruebas demuestran que su organismo está bien y que debe continuar consumiendo el medicamento psiquiátrico y su psicoterapia para elaborar el duelo por la muerte de su tío.
José siente que si bien le ha dolido mucho la muerte de su familiar, el acontecimiento no es proporcional al nivel de angustia que lo habita. José empieza a hablar de su vida en el espacio analítico y desde la primera sesión empieza a saber sobre el origen de su angustia.
Es hijo único, sus padres se separan cuando él contaba con 4 años. Su padre fue muy amoroso, pero luego de la separación hace poco por verle. A partir de la ruptura, la madre empieza a trabajar todo el día, diariamente; José queda al cuidado de distintas personas y se convierte en un niño que “hace daños”. En la escuela le ocurre lo mismo y por ello es diagnosticado con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad.
En la adolescencia consume drogas, esto hasta que conoce al tío, quien logra que José deje el consumo.
El subjetivar su historia en el proceso de análisis le permite al paciente saber que la angustia lo habitó desde la partida de su padre y que su respuesta sintomática fue la hiperactividad en la infancia y el consumo de drogas en la adolescencia. José supo sobre lo que intuía: la angustia desproporcionada no era por la muerte de su tío, era la emergencia de ese real referido al monto de angustia por la historia con su padre y su madre, que el psiquismo intentó velar mediante las formaciones sintomáticas.
Para concluir
Con base en lo que José presentó de manera sintomática, se define por parte de la ciencia un trastorno y se establece la intervención a partir de los protocolos y estándares establecidos para ese cuadro.
El psicoanálisis lacaniano se orienta hacia la verdad del sujeto, verdad que él mismo desconoce y que por ello la padece. Mediante el discurso, el paciente logró acercarse a la manera como su psiquismo registró su historia y logró saber algo de sus efectos.
Queda claro que las descripciones de la conducta y pensamientos del sujeto no son elementos esenciales para el diagnóstico en psicoanálisis. Esta disciplina considera la posición del sujeto frente al Otro, en el marco de la conceptualización de las estructuras clínicas, en las cuales la angustia, que puede aparecer velada, es el único afecto que no engaña (Lacan, 2010) y que por lo tanto es necesario seguir, ya que conecta con lo más íntimo pero desconocido de cada sujeto: su propio real. Miller (2007) señala que “la angustia es el modo de acceder a lo más singular” (p.12), de allí que un principio en el tratamiento de la angustia se oriente no al objetivo de eliminar la angustia sino de atravesarla.
En esta vía es importante subrayar que el diagnóstico tampoco se limita a clasificar al sujeto en una estructura, consiste más bien en el acercamiento a su lógica psíquica y a las bases desde las cuales cada uno, de forma singular, responde a la realidad externa y a su forma particular de sufrir, determinada por el goce en su dimensión real.
La angustia ubica al sujeto frente a lo peor, frente a la nada, frente a su nada. En ella, el deseo está paralizado y este es el riesgo, pues el deseo es quien conecta a la vida. La angustia impide la falta y la falta es la que posibilita el deseo, se desea en tanto haya falta.
José se sirvió de las sesiones con un psicoanalista para que sus recursos imaginarios y simbólicos, de tipo neurótico, le permitieran tramitar su angustia y el deseo recuperara su lugar. Logró pasar por la palabra el goce no simbolizado y así retornar a su yo la consistencia perdida. Ahora sigue en su vida sosteniéndose con su construcción fantasmática, buscando ser amado y con temor a ser abandonado, rasgos que le acompañan pero se relativizan al retomar el proceso analítico y empezar a asociarlos con lo que sabe sobre su angustia.
En la psicosis también es posible la tramitación de la angustia por medio de las suplencias o construcciones delirantes, siendo claro en lo que ya se mencionó, pero que es pertinente repetir: el no anudamiento deja al sujeto más expuesto a lo siniestro de la angustia, ya que el sujeto queda sin recursos frente al goce total del Otro, es decir, no encuentra forma de alojarse en el Otro, no logra construir un lugar o una manera de vivir en la cual el Otro (personas, entidades, maestros, lo social) no le sean invasivos y se sienta con un lugar propio.
En la psicosis, el sujeto está por fuera de discurso, expresión que quiere decir que no está anudado a la lógica discursiva que permite el ordenamiento y las significaciones propias del Otro social, por lo tanto, tiene menos defensas o menos recursos para velar la angustia; en el psicótico “las angustias se dejan recubrir menos u ordenar por el estado del discurso” (p.108), razón por la cual es muy difícil la tramitación por medio de la palabra, ya que el lenguaje, por estructura, está dañado.
La angustia, por lo tanto, si bien es lo más insoportable para el paciente, abre la más importante vía de trabajo para quien se oriente por la enseñanza de Jacques Lacan:
“El psicoanalista se define por su deseo de […] hacer surgir la particularidad de cada cual” (Laurent, E. 2005, p.32).
Referencias
Freud, S. (1915). Pulsiones y destinos de la pulsión. En Obras completas volumen XIV. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Freud, S. (1925). Inhibición, síntoma y angustia. En Obras completas volumen XIV. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Lacan, J. (1975). Seminario 20, Aun. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. (1977). La Familia. Buenos Aires: Homo Sapiens.
Lacan, J. (2010). Seminario 10, La Angustia. Buenos Aires: Paidós.
Laurent, E. (2005). El tratamiento de la angustia postraumática: sin estándares pero no sin principios. En: La urgencia generalizada 2. Buenos Aires: Grama Ediciones.
Miller, J. (2007). La angustia Lacaniana. Buenos Aires: Paidós.
Miller, J. (2012). Sutilezas analíticas. Buenos Aires: Paidós